En el presente artículo su autor reflexiona sobre la creciente realidad multicultural y describe los principios que, a su juicio, han de guiar cualquier intervención educativa intercultural. En su opinión, hay que facilitar el encuentro y el diálogo para que lleven a reconocer que es mucho más lo que nos une que lo nos separa. La diversidad humana ha de enriquecer la convivencia en la escuela y, por ende, en la sociedad.

La mirada intercultural
en la escuela

Valentín Martínez-Otero Pérez
Doctor en Psicología y en Pedagogía, y profesor de la Universidad Complutense de Madrid y del Centro Universitario "Don Bosco"

 
UCHOS   centros    escolares

han pasado en pocos años de la homogeneidad cultural al multiculturalismo. Los cambios experimentados han producido en los profesores, padres y alumnos actitudes de todo tipo, no siempre positivas. Con frecuencia se producen manifestaciones de intolerancia en forma de racismo y xenofobia, que reflejan los prejuicios y estereotipos hacia algunos grupos minoritarios. Aún cuando la discriminación se exprese en el trato de unos escolares hacia sus compañeros, en ocasiones es avivada, explícita o implícitamente, por los adultos, docentes o progenitores.
La observación, la experiencia y la revisión de diversos trabajos me ha permitido constatar que así sucede y, por tanto, cualquier planificación de educación intercultural que aspire al éxito ha de tener en cuenta a los educadores. De igual modo, la constatación del conflicto multicultural en la escuela debe traducirse en una revisión profunda de los manuales escolares, del discurso institucional y del currículum oficial. Junto al análisis de esta vertiente preponderantemente patente hay que prestar gran atención a los procesos educativos latentes u ocultos. A nadie se le escapa, por ejemplo, la trascendencia que pueden tener los comentarios de los profesores sobre la realidad multicultural o las actitudes que adopten ante sus alumnos procedentes de otros países. Las palabras, los silencios, los gestos y las acciones de acogida o de rechazo mostradas por un educador pueden estar cargadas de matices de difícil identificación, pero de honda repercusión en la sensible personalidad del educando. Es un hecho comprobado que el ser humano puede reaccionar a débiles estímulos. Estos actos de subcepción obligan a extremar la prudencia en todo lo que se refiere a los valores, pues aunque sea de manera soterrada se proyectan en la formación ética de los alumnos. Si, como por todas partes se proclama, la educación se encamina a la convivencia, habrá que evitar cualquier expresión -velada o patente- de discriminación: coherencia obliga.

La convivencia

Sólo es posible alcanzar la plenitud personal en convivencia; por eso la educación se realiza desde las relaciones humanas y para las mismas. Ahora bien, resultaría de todo punto empobrecedor, cuando no claramente perverso, limitar la capacidad de apertura del educando a ciertos grupos culturales. Se dice que no hay que poner puertas al campo y, por lo mismo, no hay que poner lindes a la sociabilidad; lo contrario es cerrazón que impide la dilatación personal. El proceso educativo, hoy más que nunca, debe fortalecer su compromiso con el "ecumenismo" o unidad humana. El reconocimiento esencial de que es más lo que nos une que lo que nos separa ha de nuclear la educación intercultural, sin que ello lleve a soslayar las respectivas idiosincrasias.
La educación intercultural en la escuela ha de preparar para vivir con los demás, con sus semejanzas y sus diferencias. La convicción de que la diversidad humana -inherente a la unidad de la especie- ha de enriquecer la convivencia, no empobrecerla, debe guiar el proyecto educativo intercultural. La convivencia, no la mera coexistencia, nace de la aproximación cognitiva y afectiva a la realidad del otro y se manifiesta en la conducta social. En su polo positivo, estas tres dimensiones (cognitiva, afectiva y social) interconectadas son claves para impulsar y consolidar actitudes de respeto y colaboración entre culturas. Lo contrario es dar entrada en la escuela a los prejuicios, entendidos como actitudes negativas de los miembros de un grupo habitualmente mayoritario hacia los integrantes de los grupos minoritarios. Los prejuicios se extienden por la escuela cuando se ofrecen informaciones poco adecuadas sobre las otras culturas, se apoyan las evaluaciones negativas y se justifican las tendencias discriminatorias.
Así pues, hay que superar el hermetismo y la homogeneidad cultural para salir al encuentro del otro. La educación intercultural en la escuela se concibe aquí como cultivo del reconocimiento y aprecio entre culturas, al igual que como fortalecimiento de la hospitalidad, esto es, como acogida y buen recibimiento a los que llegan. La forja de la identidad personal es tarea imposible sin el descubrimiento de la diferencia. Las desemejanzas, lejos de ser consideradas negativas, han de valorarse como fundamentos de complementariedad y enriquecimiento.

Principios éticos

En un mundo cada vez más interdependiente es menester poseer una visión planetaria favorecedora del entendimiento entre los seres humanos, más allá de la raza, las creencias, el idioma o las tradiciones. Por esta razón, la educación intercultural, en el marco de una ciudadanía cada vez más universal, supone asumir unos principios éticos y políticos de validez mundial. En nuestro tiempo, la mejor plasmación de dichas normas se halla en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que refleja el esfuerzo colectivo por abrazar una cultura de paz. Desde esta perspectiva, los miembros de la sociedad pluralista y multicultural han de ser capaces de admitir las distintas interpretaciones de la vida, al tiempo que adoptan actitudes positivas y comprometidas con el desarrollo de las personas y de los pueblos.
Todos estos buenos propósitos se alzan sobre un principio fundamental: la dignidad de la persona. El incuestionable valor de la persona sitúa al hombre por encima de cuanto le rodea y justifica el anhelo de vivir consciente, responsable y moralmente. El reconocimiento de la dignidad se extiende a toda persona y ha de ser la base que garantice el encuentro intercultural.
Respetar y proteger la dignidad de la persona, así como los derechos que de ella se derivan es deber de todos. Sólo desde este principio elemental es posible la convivencia. La educación intercultural se enmarca en un "ethos" que garantiza las relaciones interhumanas y que trasciende los muros de los centros escolares. La pedagogía de la interculturalidad se encamina a construir una ciudadanía universal, pues se interesa por mostrar a los educandos sus semejanzas y diferencias para que estén en condiciones de trazar su propio proyecto vital en un ámbito de participación y paz. En nuestra "aldea global" la formación para el cosmopolitismo es una tarea esencial que la escuela no debe ignorar.
La educación intercultural nace del encuentro y del diálogo, y se proyecta en la estimación de lo diferente y en el desarrollo saludable del educando. Sin la presencia de un ambiente convivencial, la personalización quedaría detenida. En contextos formativos interculturales cada modalidad influye en las actitudes, valores y conductas de los sujetos. La impronta de un crisol cultural rico se refleja en los rasgos fundamentales del sujeto, hasta el punto de que puede afirmarse que su "personalidad modal" estaría integrada por las siguientes notas: apertura, afabilidad, responsabilidad y sensibilidad. Obviamente, estas cuatro características derivadas del marco sociocultural se ven matizadas por el influjo de otros factores, entre ellos los genéticos, que dan lugar a las diferencias individuales. Lo que resulta innegable es que la interacción intercultural permite aprehender la realidad del otro y, a la vez, enriquecer la propia.
Tomando como referencia los anteriores postulados, cabe decir que el educando de nuestro tiempo, habitante de una "aldea universal", debe conocer, valorar y respetar las otras culturas del planeta. Lo contrario es, dada la intensa movilidad migratoria y la interconexión informativa, carencia educativa que limita considerablemente las posibilidades personales.
La educación intercultural ha de adoptar una perspectiva acorde a la naturaleza de la cultura de que se trate (emic), sin renunciar a la interpretación externa (etic). Lo importante es que se pueda armonizar una visión particular y subjetiva con un enfoque general y objetivo. En cierto modo se trata de acercar la comprensión nomotética e idiográfica. Si la vía nomotética se encamina a buscar leyes con validez para todos los sujetos, la aproximación idiográfica se interesa por la singularidad personal. Aún cuando suele establecerse el antagonismo entre los dos métodos, creo que la educación intercultural de nuestros días tiene ante sí el reto de aunar y superar ambos sistemas descriptivos, en pro del establecimiento de un "código básico de comportamiento universal" y, a la par, del respeto a las respectivas idiosincrasias.

Apertura, respeto y justicia

La humana inserción en un orden ciudadano superior equivale a reducir el etnocentrismo y el aldeanismo, al tiempo que se promueve el conocimiento de los grupos culturales y la competencia social de sus miembros. El compromiso de la institución escolar con la interculturalidad supone, al menos, la consolidación de dos notas esenciales: la asunción de los principios de la interculturalidad y la realización del proceso educativo en un ambiente de convivencia intercultural, independientemente de la presencia o no de grupos culturales diferenciados. La apertura, el respeto y la justicia deben impregnar el proyecto educativo, el clima y la organización escolar. Desde esta perspectiva, hay que dar entrada en el currículum a contenidos, actitudes y valores que estimulen el crecimiento cognitivo, afectivo, social y conductual de los educandos. Este proceso formativo se apoya en todas las asignaturas, aunque sea más nítida su relación con algunas materias, y se infiltra por los espacios de la vida escolar.
Más allá de las estrategias curriculares que se adopten para alcanzar la interculturalidad, lo verdaderamente importante es que la educación se viva. La constatación de la estrecha relación entre la personalidad y el ambiente sociocultural nos lleva a demandar un genuino "bioaprendizaje", término con el que pretendo enfatizar que la educación intercultural ha de pensarse, sentirse y practicarse en un clima intercultural.
Recién estrenado el nuevo milenio hay que acercarse al otro con "ojos atentos" para que haya un reconocimiento mutuo de la condición humana. La escuela debe educar esa mirada personal, pues sólo desde la contemplación inteligente y cordial cabe avanzar por un camino compartido.

 

arriba