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Practicum de Magisterio: Especialidad
Educación Infantil ![]() | |
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El papel del lenguaje Las personas se relacionan a través de la comunicación que se hace mediante el lenguaje ayudado por los gestos, los movimientos del cuerpo. El lenguaje es el primer sistema de señales que emplea el hombre para relacionarse con su medio y para aprender lo que le rodea. El niño, desde la más temprana edad, aprende a identificar los primeros sonidos y su significado y distingue el tono con el que se le habla. Hacia los nueve meses, sabe si sus maestros/as están enfadados o le tratan con afecto y cariño. El aprendizaje del lenguaje es un paso previo e indispensable para el aprendizaje de la lectoescritura y supone la forma de tomar conciencia de todo lo que se aprende del entorno en el que se vive. Además del lenguaje, el hombre y la mujer cuentan con gran cantidad
de mecanismos para manifestarse que le permiten El lenguaje está limitado por los conocimientos de cada uno, es social; sin embargo, los símbolos son personales, inagotables. La posibilidad de combinar ambos lenguajes (verbal y gestual) implica comunicación.
Cuando sólo se usa el lenguaje verbal (difícil, pues en la práctica nunca aparece desligado del gestual) hablamos de diálogo. Se dan dos formas extremas de diálogo: por exceso o por defecto. Ambas, provocan distanciamiento entre maestros/as e alumnos/as. Hay maestros/as que, con la mejor de las intenciones, procuran crear un clima de diálogo con sus alumnos/as e intentan verbalizar absolutamente todo. Esta actitud fácilmente puede llevar a los maestros/as a convertirse en interrogadores o en sermoneadores, o ambas cosas. Los alumnos/as acaban por no escuchar o se escapan con evasivas. En estos casos, se confunde el diálogo con el monólogo y la comunicación con el aleccionamiento.
Junto con el silencio está la capacidad de escuchar. Hay quien prescinde de lo que dice el otro, hace sus exposiciones y da sus opiniones, sin escuchar las opiniones de los demás. Cuando sucede esto, el interlocutor se da cuenta de la indiferencia del otro hacia él y acaba por perder la motivación por la conversación. Esta situación es la que con frecuencia se da entre maestros/as e alumnos/as. Los primeros creen que estos últimos no tienen nada que enseñarles y que no pueden cambiar sus opiniones. Escuchan poco a sus alumnos/as o si lo hacen es de una manera inquisidora, en una posición impermeable respecto al contenido de los argumentos de los alumnos/as. Esta situación es frecuente con alumnos/as adolescentes. Estamos ante uno de los errores más frecuentes en las relaciones paternofiliales: creer que con un discurso puede hacerse cambiar a una persona. A través del diálogo, maestros/as e alumnos/as se conocen mejor, conocen sobre todo sus respectivas opiniones y su capacidad de verbalizar sentimientos, pero nunca la información obtenida mediante una conversación será más amplia y trascendente que la adquirida con la convivencia. Por esto, transmite y educa mucho más la convivencia que la verbalización de los valores que se pretenden inculcar. Por otro lado, todo diálogo debe albergar la posibilidad de la réplica. La predisposición a recoger el argumento del otro y admitir que puede no coincidir con el propio es una de las condiciones básicas para que el diálogo sea viable. Si se parte de diferentes planos de autoridad no habrá diálogo. La capacidad de dialogar tiene como referencia la seguridad que tenga en sí mismo cada uno de los interlocutores.
Si es importante el diálogo en las relaciones interpersonales, lo es aún más la comunicación. La comunicación está guiada por los sentimientos y por la información que transmitimos y comprendemos. La comunicación nos sirve:
Facilitadores de la comunicación Estos son algunos facilitadores de la comunicación:
Enemigos de la comunicación Cuanto más estrecha sea la relación, más importancia tendrá la comunicación no verbal. Cuando un miembro de una escuela llega a su casa puede percibir un mensaje de bienestar o tensión sin necesidad de mirar a la cara al resto de la escuela. En ocasiones, la falta de verbalización (de hablar) supone una grave limitación a la comunicación. Muchas veces la prisa de los maestros/as por recibir alguna información les impide conocer la opinión de sus alumnos/as y, de igual forma, impide que sus alumnos/as se den cuenta de la actitud abierta y predisposición a escuchar de los maestros/as. La situación anterior es especialmente importante en la adolescencia. Son múltiples las situaciones en que los maestros/as sienten curiosidad por lo que hacen los alumnos/as y estos, ante una situación de exigencia responden con evasivas. Otro impedimento para la comunicación es la impaciencia de algunos maestros/as para poder incidir educativamente en la conducta de sus alumnos/as. Todo el proceso educativo pasa por la relación que establecen maestros/as e alumnos/as, y ésta se apoya en la comunicación; por eso es tan importante preservarla y mantener la alegría de disfrutarla. Para ello es suficiente que los maestros/as no quieran llevar siempre la razón y convencerse que comunicarse no es enfrentarse. La vida familiar cuenta también con unos enemigos claros para establecer conversaciones y la relación interpersonal. La televisión en la comida, los horarios que dificultan el encuentro relajado, los desplazamientos de fin de semana... Hay que luchar frente a estas situaciones y adoptar una actitud de resistencia provocando un clima que facilite la comunicación. Estos enemigos sirven de obstáculo para comunicarnos. Los podemos resumir así:
Tipos de maestros/as según el uso de la comunicación En función de las palabras que dirigimos a los niños podemos comunicar una actitud de escucha o, por el contrario, de ignorancia y desatención. Según analiza el psicólogo K. Steede en su libro Los diez errores más comunes de los maestros/as y cómo evitarlos, existe una tipología de maestros/as basada en las respuestas que ofrecen a sus alumnos/as y que derivan en las llamadas conversaciones cerradas, aquellas en las que no hay lugar para la expresión de sentimientos o, de haberla, éstos se niegan o infravaloran:
1. Observar el tipo de comunicación que llevamos a cabo con nuestro alumno/a. Dediquemos unos días de observación libre de juicios y culpabilidades. Funciona muy bien conectar una grabadora en momentos habituales de conflicto o de sobrecarga familiar. Es un ejercicio sano pero, a veces, de conclusiones difíciles de aceptar cuando la dura realidad de actuación supera todas las previsiones ideales. 2. Escuchar activa y reflexivamente cada una de las intervenciones de nuestros alumnos/as. Valorar hasta qué punto merecen prioridad frente a la tarea que estemos realizando; en cualquier caso, nuestra respuesta ha de ser lo suficientemente correcta para no menospreciar su necesidad de comunicación. 3. Si no podemos prestar la atención necesaria en ese momento, razonar con él un aplazamiento del acto comunicativo para más tarde. Podemos decir simplemente: "dame 10 minutos y enseguida estoy contigo". Recordemos después agradecer su paciencia y su capacidad de espera. 4. Evitar emplear el mismo tipo de respuestas de forma sistemática para que nuestro alumno/a no piense que siempre somos autoritarios, le hacemos sentir culpable, le quitamos importancia a las cosas o le damos sermones. 5. Dejar las culpabilidades a un lado. Si hasta hoy no hemos sido un modelo de comunicadores, pensemos que podemos mejorar y adaptarnos a una nueva forma de comunicación que revertirá en bien de nuestra escuela suavizando o incluso extinguiendo muchos de los conflictos habituales con los alumnos/as. 6. Cuando decidamos cambiar o mejorar hacia una comunicación más abierta, es aconsejable establecer un tiempo de prueba, como una semana o un fin de semana, terminado el cual podamos valorar si funciona o no y si debemos modificar algo más. Los maestros/as tenemos los hábitos de conducta muy arraigados y cambiarlos requiere esfuerzo, dedicación y, sobre todo, paciencia (¡con nosotros mismos!).
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